Los monjes legos
Según la RAE, la palabra “lego” no tiene nada que ver con esos mini muñecos hechos de piezas de plástico que se inventaron en Dinamarca (aunque, ojo, esos también molan). En realidad, tiene varios significados:
Seglar, laico, secular.
Ignorante, profano, desconocedor, inculto, iletrado, analfabeto, idiota.
Converso, mocho.
Los monjes más listos no tenían tiempo para, por ejemplo, lavarse la ropa. Por eso tuvieron la genial idea de crear la figura del hermano lego.
Muchos siglos atrás, se “inventaron” los monjes legos, que, por cierto, no se dedicaban a construir casitas o cochecitos con piezas de madera (aunque habría sido mucho más divertido para ellos). En la mayoría de los monasterios de la época, como la Cartuja de Escaladei, estos monjes tuvieron un papel clave.
Principio de desigualdad: empezamos mal
Es una paradoja que quienes dedicaron sus vidas a difundir las enseñanzas de Jesucristo y su máxima de «amarás al prójimo como a ti mismo», terminaran olvidándose del amor y del prójimo para centrarse en sí mismos. En un abrir y cerrar de ojos, implantaron, promovieron y perfeccionaron la división de clases incluso dentro de los monasterios.
Al principio, la idea de construir un monasterio era noble, nacida de un amor puro y desinteresado. Pero, al ver que Dios no colaboraba mucho, llegaron a la conclusión de que necesitaban algo más: personal de servicio.
Esta es la celda de un monje letrado. Por la pequeña ventana, los hermanos legos servían la comida a los sacerdotes sin que estos tuvieran que soportar su presencia.
El proyecto se va complicando
Y los objetivos, cada vez más lejos. Montar un monasterio en medio de la nada puede parecer cosa de tiempo y voluntad. Y sí, es verdad: llega un momento en el que los monjes pueden vivir con cierta comodidad. Cada uno tiene su cama, su comida y todo eso. Pero no habían venido para intentar sobrevivir a tiempo completo.
Porque, al fin y al cabo, lo esencial para un monje es rezar, meditar, hablar directamente con Dios, estudiar y difundir el cristianismo (seguro que me dejo algo en el tintero). O sea, un montón de cosas intelectuales que acaban quedando en segundo plano porque, antes que nada, hay que comer y dormir bajo techo. Eso significa buscar agua, cocinar, cuidar de los animales, cosechar, vender parte de la cosecha, salir a comprar herramientas, negociar con los vecinos… En fin, un lío.
Así que se pararon a pensar un rato y, ¡eureka!, dieron con una solución genial.
El “Ora et Labora” modificado
La idea original de la mayoría de los monjes era seguir el famoso Ora et Labora (reza y trabaja). Pero, ¿y si compartían este principio básico con más gente? Pronto transformaron el lema en algo más práctico: “Yo oro (ya si eso) y tú laboras”. ¡Ahí lo tenían! Era algo tan sencillo como garantizar el cielo, un techo y un plato caliente cada día. A cambio, los legos, solo tendrían que encargarse de esos trabajos mundanos que impedían a los monjes conectar con el Santísimo. “Yo rezo y tú trabajas; ¿comprendes, imbécil?”.
Al principio, los monjes se dedicaron a reclutar a cualquiera que estuviera dispuesto a trabajar: cuidar el ganado, cultivar el huerto, levantar un muro o lavar la ropa, entre otras muchas cosas. Llegar a un acuerdo era pan comido: los monjes ponían las tierras, y los aldeanos las cultivaban, quedándose con una pequeña parte. El resto, para los intermediarios divinos, claro.
Los hermanos legos eran los que se encargaban de la parte “no espiritual” de los monasterios.
Los monjes legos: qué eran
En primer lugar, deberíamos definir, con más o menos claridad, qué eran los monjes legos, o hermanos legos. Sintetizando, eran personas mundanas que, por las circunstancias, se convirtieron a religiosos y que, debido a los pocos estudios que tenían, se dedicaban a las tareas más duras y vulgares que sugían dentro de los monasterios. Realmente, podría decirse que eran “los tontos del monasterio”.
Su única misión fue la de liberar a los monjes “listos y leídos” de las tareas mundanas para que estos pudieran centrarse en el estudio, en la oración y en la meditación. Así, se convirtieron en los predecesores de las actuales Kelly’s y eran los que limpiaban las estancias, lavaban la ropa, hacían la comida y la servían a los monjes con estudios, etc.
Se pusieron “de moda” en el siglo XI en toda Europa. También se les conocía como fratres conversi (hermanos conversos), illiterati (iletrados, la manera fina de llamarles analfabetos), o laici barbati (laicos barbados), porque se les obligaba a dejarse barba para identificarlos rápidamente.
El origen de su existencia
La mayoría de los monasterios los construían, al menos durante los primeros años del siglo XI, pequeños grupos de monjes que seguían las órdenes de expansión de su prior. Este, previamente, había negociado la cesión de tierras con alguno de los numerosos reyes que gobernaban en aquella época. A cambio, los monasterios asumían la función de recaudar los impuestos correspondientes para esos mismos monarcas.
No todos los legos se dedicaban a cuidar gallinas. Joaquim Juncosa, por ejemplo, fue un gran pintor. Sus obras pueden verse en el Museo del Prado. Este cuadro, “La Flagelación de Cristo” forma parte de los museos de la Generalitat de Catalunya (https://museudelbarroc.cat/flagellacio-de-crist/). Fue un hermano lego un tanto peculiar.
Una vez establecido el monasterio, solía aparecer alguien con ganas de reformas, como, por ejemplo, duplicar el espacio construido. También era habitual que se apropiaran de la mayor cantidad de hectáreas posibles en los alrededores para cultivar viñas, olivos y huertos necesarios para alimentar a todos los monjes. De paso, vendían los excedentes para adquirir más propiedades.
Lejos de conformarse con la sencillez de la oración, los monjes se enfocaron en acumular bienes que debían gestionar. No estaban dispuestos a plantar patatas ni a ordeñar vacas: su misión era estudiar y rezar. Y administrar su patrimonio.
Por ello, en primer lugar, «contrataron» a trabajadores externos para que se ocuparan de las tareas más mundanas, aquellas que consideraban impropias de personas cultas como ellos.
En una primera fase, los aldeanos locales se encargaron de los trabajos que los monjes no estaban dispuestos a realizar. Con el tiempo, esta relación se fue formalizando.
En el siglo XII, las condiciones de vida del pueblo eran tan inciertas que entrar en un monasterio, aunque solo fuera como mozo de servicio, solía considerarse un privilegio.
El fichaje
Los hermanos legos venían de los pueblos cercanos. Posiblemente, habían llegado desde muy lejos en busca de oportunidades.
Si ahora las cosas no pintan bien, en aquella época lo habrían dado todo por estar como nosotros. Me imagino al monje de recursos humanos hablando con uno de los “iletrados” en su “entrevista de trabajo”:
MONJE: —¡Buenos días, campesino!
ILETRADO: —¡Buenos días, hermano!
MONJE: —Esto… muy buena cosecha de tomates este año, te felicito…
ILETRADO: —Nada, si hay sol, buena tierra y agua, crecen solos.
MONJE: —Esto… ¿dónde vives?
ILETRADO: —En una cuadra abandonada. Vine desde muy lejos y todavía no he encontrado nada mejor.
MONJE: —¡No me jodas, macho! ¡Con lo bien que trabajas! ¿Por qué no te vienes a vivir al monasterio? Tendrías tu cama y tu comida asegurada. Además, te mostraríamos el camino del cielo.
ILETRADO: —¡No me diga, hermano! ¿En serio? ¡Voy a buscar mis cosas!
Y, así, los campesinos, los carpinteros, los albañiles, los ganaderos y todos aquellos que podían aportar beneficio al monasterio preferían un plato de comida caliente y seguro, y una cama bajo un buen techo, antes que la incertidumbre de la época y del lugar.
Al poco tiempo, les hacían jurar fidelidad al abad hasta la muerte de uno de los dos. Recibían clases básicas de religión y, de este modo, escapaban del mismísimo infierno. ¿Qué más se podía pedir?
Al cabo de un año del juramento, se convertían en monjes legos. Eso sí, seguirían encargándose de las tareas que los hermanos más cultos no querían hacer. Y, además, les servirían la comida y les limpiarían las celdas.
Nada tienen que ver los famosos juguetes de construcción “Lego” con los hermanos legos. Les llamaban así por ser laícos además de “iletrados” (analfabetos). Se dedicaban a los trabajos manuales del monasterio.
El trabajo de los Hermanos Lego
Una vez instalados en el monasterio, los monjes legos se incorporaban de inmediato a sus tareas, según las habilidades demostradas durante sus respectivas «entrevistas de trabajo». La mayoría se dedicaba a la agricultura, la ganadería, la construcción, el mantenimiento del convento o a vender los excedentes en los mercados de los pueblos más cercanos.
Otros, ya especializados por su oficio anterior, desempeñaban labores como carpinteros, herreros, alfareros (fabricaban platos, vasos, cazuelas, etc.), tejedores (encargados de confeccionar vestimentas, sábanas, mantas) o zapateros. En definitiva, eran los responsables de la parte material y mundana del monasterio. Por ejemplo, también elaboraban vino y cerveza, cuidaban a los enfermos, alojaban a los peregrinos e incluso gestionaban las compras y ventas del monasterio.
El maestro de legos se encargaba de coordinar a sus subordinados, siendo, a su vez, subordinado de los monjes más eruditos.
Sin los hermanos legos, ni la economía de los monasterios ni la de la zona habrían sido lo mismo.
Todos salían ganando
Por un lado, los monjes fundadores del monasterio disponían de más tiempo para alcanzar los objetivos esenciales, como la oración, el estudio y la contemplación divina.
La vida no era fácil para casi nadie en prácticamente ningún lugar, excepto para la realeza, los nobles y los señores feudales, quienes repartían justicia y recaudaban impuestos según el humor con el que se hubieran levantado. El resto de la población vivía como si estuviera en una selva, rodeada de todo tipo de amenazas.
Entrar en el monasterio no era una ganga, pero quienes lo hacían tenían asegurada la comida, la cama y el cielo (aunque hubo épocas en las que estas comodidades no siempre podían disfrutarse). Además, debido a que su desgaste físico era considerable, se les permitía comer y dormir más. No era un trato del todo malo.
Algunas desventajas
Por supuesto, no todos los aspectos del contrato eran favorables para la parte contratada. Por ejemplo, los hermanos legos estaban obligados (no podía ser de otra manera) a cumplir con los votos de celibato y silencio. De lo contrario, los monasterios se habrían convertido en clubes de alterne al cabo de unos pocos meses.
También estaban separados de los monjes «de verdad», es decir, dormían y comían en áreas distintas. Tampoco se les permitía el acceso a algunos espacios comunes. No es que fueran unos apestados, pero casi parecía que lo fueran.
La versión femenina
Las monjas de los conventos tenían el mismo problema que sus colegas masculinos: las tareas del día a día no les dejaba avanzar en su relación con el Creador y en el estudio de la teología. Por tanto, adoptaron la misma solución que los monjes: las hermanas legas.
Estas hacían las tareas manuales, se dedicaban a las gestiones con el exterior del convento y a recibir a las visitas. Así, no se molestaba a las otras monjas con labores mundanas.
Vestían un hábito que las diferenciaba, al igual que sus hermanos de religión. Por lo demás, recibían el mismo trato despectivo y arrogante de sus superioras.
La versión femenina de los hermanos legos, las hermanas legas, se encargaban de las tareas más prácticas en los conventos, como, por ejemplo, cuidar a los enfermos.
El final de los legos
Todo funciona hasta que deja de hacerlo. En los buenos tiempos, los hermanos legos representaban los dos tercios de cualquier monasterio. Sin ellos, la evolución económica y el progreso espiritual de los otros monjes quizás no hubiera sido posible, y seguro que no habría sido tan rápida.
El Concilio Vaticano II abolió la diferencia de clases entre los monjes de los monasterios. Sin ser sacerdotes, algunos hermanos podían ser ingenieros, mientras que otros eran albañiles. Pero desaparecierían las diferencias de clase de tiempos pasados.
Con el tiempo, las propias órdenes religiosas se dieron cuenta de que esa discriminación de clases en el corazón de los centros religiosos no era compatible con las enseñanzas que, en teoría, habían venido a difundir por el mundo. “Haz lo que yo diga, pero no hagas lo que yo haga”. ¡Menudo ejemplo!
No fue hasta el siglo XX cuando se estableció la igualdad entre todos los monjes. Por fin, los «listos» tuvieron que arremangarse un poco más, y los «tontos» pudieron estudiar para dejar de serlo.
Arrogancia
Para empezar, los hermanos legos eran conocidos como “iletrados”. A menudo, los sacerdotes se referían a ellos despectivamente como “los idiotas”. Si esto demuestra la espiritualidad que habían aprendido, quizá habría sido mejor que no hubieran aprendido nada.
A los monjes instruidos, aquellos que dominaban el latín, la tropa de analfabetos que formaban los monjes legos les resultaba repulsiva. No los tenían allí para seguir el legado de Jesucristo (“Amaos los unos a los otros”), sino como simple personal de servicio sin derecho a rechistar.
Por eso, los hermanos legos vestían hábitos diferentes (generalmente marrones, en contraste con los blancos de los monjes eruditos) y se les obligaba a dejarse barba. De este modo, los sacerdotes evitaban el mal trago de conversar por error con alguien a quien consideraban inferior.
Los legos ocupaban espacios separados en todos los ámbitos, lo que los mantenía alejados de los monjes ya ordenados sacerdotes. Tanto en la iglesia como en el resto de las instalaciones, permanecían relegados. Incluso se construyeron pasillos especiales para evitar que los monjes de «primera clase» tuvieran que cruzarse con los iletrados.
En resumen, mientras unos se dedicaban a rezar, estudiar y meditar, los otros hacían las veces de criados.