Donald Trump: un niñato malcriado en la Casa Blanca
Donald Trump, figura que ha capturado la atención mundial durante décadas, representa una trayectoria profesional marcada por contradicciones, falsedades e incluso presuntos delitos. Sin embargo, posee una habilidad excepcional para conectar con los sectores más desencantados de la sociedad.
Desde el sector inmobiliario hasta el entretenimiento, logró llegar a la Casa Blanca en dos ocasiones no consecutivas. Su trayectoria se construyó sobre una ambición desmedida y un talento innato para dominar el escenario público.
Cuando escribo estas líneas, en mayo de 2025, Donald Trump es el presidente de Estados Unidos. Sobrellevar su mandato durante cuatro años son, para mí, un desafío moral. Pero lo que más me desconcierta es cómo un personaje así pudo ganar el apoyo de millones de votantes.
Primeros años
Para desgracia de unos cuantos, Donald John Trump llegó al mundo el 14 de junio de 1946 en Queens, Nueva York. Hijo de Frederick Christ Trump —un depredador inmobiliario con mucho dinero y pocos escrúpulos— y Mary Anne MacLeod Trump —una inmigrante escocesa que demostró que el sueño americano existe si eres blanco, tienes dinero y sin principios—, fue el cuarto de cinco vástagos malcriados. De sus hermanos, solo sobrevive Elizabeth. Los otros se llamaban Maryanne, Fred Jr. y Robert, que pasaron a peor vida, y ahora se dedican a la crianza de malvas.
La familia acaparaba una ostentosa mansión en Queens. El patriarca asignó a sus retoños 20.000 dólares anuales (unos 250.000 actuales) porque no podía soportar verlos sufrir con las estrecheces plebeyas. La sola idea de que tuvieran que trabajar le provocaba pesadillas. Así, el pequeño Donald ya era millonario a una edad en la que todavía no sabía limpiarse los mocos.
Su educación comenzó en la exclusiva Kew-Forest School. Pero, como era de esperar, el pequeño Donald —aburrido de tanto privilegio— se dedicó a montar un numerito diario hasta que su padre, harto de tantas payasadas, lo envió a la New York Military Academy. Allí, entre gritos y órdenes, aprendió el único principio que ha guiado su vida: «a voz más alta, razón más callada».
En su juventud, Trump fantaseó con conquistar Hollywood, pero el estrellato se le resistió (como el buen gusto). Así que, tras un suspiro de falsa humildad, optó por estudiar Economía, graduándose en 1968. Eso sí: sus verdaderas lecciones las aprendió luego, en los pasillos de los bancos y los tribunales.
Y qué casualidad: cuando llegó la hora de servir en Vietnam, unos misteriosos «espolones óseos» —tan oportunos como misteriosos— lo eximieron del servicio militar. Fue suficiente un certificado del médico de la familia.
Su vida laboral
Cuando terminó sus estudios universitarios, el jovencito Donald cogió una servilleta de papel usada, escribió en ella su breve curriculum, y se la entregó a su padre. Despues de unas durísimas pruebas de selección, fue aceptado y ascendido a presidente de la compañía tres años después.
La empresa se había dedicado, hasta el momento, a construir empresas para alquilársela a la clase media. Con la llegada de Donald, esto cambió radicalmente y se centraron en grandes proyectos de lujo, sobre todo en Manhattan.
En 1983 se inauguró la famosa Trump Tower, su residencia y la sede central de sus negocios. El resto del edificio, a disposición de los más adinerados de la zona. Después, se centró en grandes construcciones, como el Trump Plaza Hotel and Casino, el Trump Taj Mahal Casino y el Trump Castle (Atlantic City).
Con el dinero suelto, se fue de compras y se quedó con el Plaza Hotel de Manhattan y la finca Mar-a-Lago de Palm Beach, Florida.
El nuevo Rey Midas
Incansable en su afán por diversificar sus fuentes de ingresos, Trump concibió una estrategia singular: licenciar su apellido como si fuera una marca de gran prestigio. El sello «Trump» pronto estampó toda clase de productos: desde inmuebles residenciales de alto standing, hasta artículos de vestir, relojería, fragancias, equipamiento deportivo —en especial artículos de golf—, objetos de coleccionista, juegos de mesa, vinos e incluso muebles. Una enumeración que, lejos de ser exhaustiva, revela una obsesiva búsqueda de omnipresencia en el mercado.
Su portfolio empresarial incluía, además, la propiedad de prestigiosos certámenes de belleza como Miss USA y Miss Universe. A esto sumó su incursión televisiva como figura central de The Apprentice, programa que catapultó su imagen pública, y la publicación del libro “Trump: The Art of the Deal” («Trump: El arte del negocio»), obra que, pese a las controversias sobre su autoría, logró ser un best-seller.
La Trump Tower de New York
En 1980, cuando Donald Trump tenía solo 34 años, emprendió la construcción de lo que sería el mayor símbolo de su egocentrismo desmedido: la Trump Tower, ubicada en el corazón de Manhattan. Para ello, no dudó en demoler el histórico edificio Bonwit Teller, incumpliendo su promesa de preservar las valiosas obras de arte que había ofrecido al Metropolitan Museum.
El arquitecto Der Scutt diseñó este rascacielos de 200 metros de altura, cuyo vestíbulo alberga una imponente cascada de 18 metros. El edificio combina usos comerciales, residenciales y corporativos: alberga una lujosa galería comercial, oficinas, apartamentos de alto standing, la sede central de The Trump Organization y la residencia personal del magnate, que ocupa los tres últimos pisos.
Los oscuros cimientos del proyecto
La construcción estuvo marcada por la explotación laboral: Trump contrató a unos 200 inmigrantes polacos indocumentados, pagándoles entre 4 y 5 dólares la hora en negro. Este escándalo lo llevó a los tribunales por evasión fiscal, contratación ilegal, violaciones de seguridad laboral y fraude en el pago de seguros médicos.
El tríplex dorado: 1,000 m² de ostentación
Su residencia privada, ubicada en los pisos 66 al 68, fue diseñada por el interiorista Angelo Donghia. Aunque Trump afirma que tiene 3,000 m², otros documentos revelan que su superficie real ronda los 1,000 m². El espacio está decorado con columnas de mármol, pan de oro, frescos que imitan la Capilla Sixtina y candelabros de cristal, reflejando su obsesión por el lujo exhibicionista.
El costo presidencial
Durante sus mandatos, Melania y Barron Trump prefirieron residir en la torre antes que en la cutre Casa Blanca, generando gastos millonarios en seguridad adicional para la ciudad de Nueva York, que terminaron pagando los contribuyentes.
Sus contínuos tropiezos económicos
Sorprendentemente, Donald Trump es considerado por muchos estadounidenses como un genio financiero. Sin embargo, la realidad demuestra exactamente lo contrario. Entre quiebras, proyectos fallidos e indemnizaciones millonarias, Trump se ha convertido en un verdadero maestro del fracaso, cuyas consecuencias han afectado a miles de ciudadanos.
Casinos hundidos en la miseria.
El Trump Taj Mahal, el casino más lujoso de su época, acumuló pérdidas de 3.000 millones de dólares que lo llevaron al cierre. La situación obligó a Trump a vender su yate y su aerolínea (otro de sus fracasos) para cubrir las deudas. Los Trump Plaza y Trump Castle también quebraron, víctimas de una pésima gestión y prácticas comerciales cuestionables.
El Trump Entertainment Resorts sucumbió a un enemigo distinto: la crisis económica de 2008.
Todos estos proyectos se financiaron con bonos basura y terminaron con miles de empleos perdidos.
Doctor Vende Humos
Trump ha construido cuidadosamente su imagen de magnate exitoso, pero la realidad muestra un historial empresarial plagado de fiascos. Estos son algunos de sus proyectos más emblemáticos -y fallidos-:
En 2006 lanzó en México el Trump Ocean Resort Baja, un complejo de lujo que nunca se materializó. Tras múltiples demandas, tuvo que devolver 32 millones de dólares a los inversores estafados. Irónicamente, el proyecto se «dio de baja» antes de nacer.
Su incursión en bebidas alcohólicas con Trump Vodka (2006-2011) buscaba competir con el martini, pero fue retirada del mercado por falta de demanda. Más audaz aún fue su línea de carnes premium Trump Steaks, vendida hasta por 999 dólares con el eslogan «los mejores filetes del mundo». Las denuncias por irregularidades sanitarias y su ridículo precio llevaron al rápido colapso de la marca, que se promocionaba en teletiendas y en sus propios casinos.
En el sector aéreo, Trump Airlines (1988-1992) apenas sobrevivió cuatro años antes de ser vendida a US Airways. La universidad que fundó, Trump University (2005-2010), fue demandada por fraude educativo y le costó 25 millones en indemnizaciones. Su timing «perfecto» lo llevó a crear la empresa especialista en hipotecas inmobiliarias Trump Mortgage justo antes del colapso inmobiliario de 2008, durando apenas un año.
Se estima que sus pérdidas económicas ascienden a unos 7.000 millones de dólares.
La vida privada de Donald
Donald Trump es una contradicción ambulante carente de principios. A pesar de su obsesiva intención de deportar a todo bicho viviente que no hubiera nacido en Estados Unidos, siendo, además, de padres norteamericanos, se casó con una checoslovaca y una eslovena, además de su segunda esposa, que era americana y que fue la que menos le duró.
Debería, si fuera coherente, deportar a cuatro de sus cinco hijos. Su ingnorancia histórica le impide entender que los únicos norteamericanos reales fueron los indios que fueron exterminados entre españoles, ingleses y franceses, principalmente.
Sus matrimonios
A pesar de su controvertida personalidad, Donald Trump ha estado casado en tres ocasiones. Sus tres esposan han sido, curiosamente, modelos en su juventud. Esta es su biografía matrimonial resumida:
1. Ivana Marie Zelníčková (1977-1992)
Se casaron en 1977. Ivana, una modelo y esquiadora checoslovaca nacida en 1949, participó activamente en los negocios de su marido, incluyendo proyectos emblemáticos como la Trump Tower y los casinos de Atlantic City. Juntos tuvieron tres hijos: Donald Jr. (1977), Ivanka (1981) y Eric (1984).
El matrimonio terminó en 1992 tras un sonado escándalo por la relación de Trump con Marla Maples. Ivana falleció en 2022 tras una caída en su residencia de Manhattan.
2. Marla Ann Maples (1993-1999)
Lo que comenzó como una relación extramatrimonial durante el primer matrimonio de Trump terminó convirtiéndose en su segundo enlace. Marla, nacida en 1963, modelo y actriz estadounidense, dio a luz a su hija Tiffany en 1993. Trump llegó a declarar que era «la mujer más bella del mundo».
La pareja se separó en 1999. Marla se trasladó a California con su hija, distanciándose completamente del círculo familiar Trump.
3. Melanija Knavs (2005-presente)
La actual (y tercera) esposa de Trump es una modelo eslovena. Nació en la desaparecida Yugoslavia (actual Eslovenia). Se conocieron durante su divorcio de Marla Maples. Tienen un hijo en común, Barron, nacido en 2006.
Durante la presidencia de Trump, Melania y Barron han preferido residir en la Trump Tower de Nueva York antes que en la Casa Blanca. Por lo visto, no echan de menos al cabeza de familia.
Residencias habituales
Donald Trump, conocido por su mal gusto y por su ostentación, ha vivido en auténticos palacetes. Estas son sus tres residencias principales:
Trump Tower Penthouse (Nueva York)
Ubicado en la Quinta Avenida de Manhattan, el triplex de Trump ocupa los pisos 66 al 68 de la icónica Trump Tower. Con 1,000 m², esta residencia está decorada con mármol, pan de oro y candelabros de cristal, incluyendo frescos que imitan la Capilla Sixtina. Durante sus presidencias, Melania y Barron han seguido viviendo aquí en lugar de en la Casa Blanca, generando millonarios gastos de seguridad pagados por los contribuyentes más humildes.
Mar-a-Lago (Palm Beach, Florida)
Un club privado, valorado en 300 millones que fue convertido por Trump en su residencia invernal, su «Casa Blanca del Sur». Construido en 1927, el palacio de estilo mediterráneo cuenta con 58 habitaciones, un spa de lujo y campos de golf. Actualmente es su residencia privada y su centro de “teletrabajo”, donde Trump recibe a sus amigos y aliados y organiza eventos.
Bedminster Golf Club (Nueva Jersey)
Ubicado en una finca de 210 hectáreas, este club de golf alberga la mansión de verano de Trump. Con 7,500 m², incluye un campo de golf privado, piscinas y cabañas de lujo. Trump pasó aquí largas temporadas durante su presidencia, convirtiendo el lugar en un escenario clave para reuniones diplomáticas informales.
Escándalos y conflictos familiares
Donald Trump posee una habilidad singular para sacar de quicio a la humanidad entera. Una de sus especialidades las desarrola en el ámbito familiar: batallas legales, infidelidades y disputas patrimoniales conforman un legado tan complejo como polémico. A continuación, un breve listado:
Batallas por la herencia paterna
Para muchos herederos, resulta más llevadero haber recibido una herencia modesta que lidiar con los embrollos de una fortuna millonaria. En el caso de los Trump, el drama está garantizado.
Fred Trump Jr., primogénito de la familia, falleció en 1981 a causa del alcoholismo, tras ser marginado de los negocios familiares. Sus hijos, Mary y Fred, acusaron a Donald de privarlos de su herencia legítima y de administrar con despiadada astucia los fondos del clan. En 2021, revelaron estos detalles en su libro Too Much and Never Enough, donde expusieron cómo Donald se valió de la fragilidad de su padre para consolidar su control sobre el patrimonio familiar.
En el año 2000, una nueva demanda —interpuesta por sus sobrinos— lo acusó de retener 40 millones de dólares destinados a los nietos de Fred Trump. Aunque el caso se resolvió extrajudicialmente, el daño —otro más de una lista interminable— ya estaba consumado.
Infidelidades y divorcios: un patrón recurrente
La vida sentimental de Donald Trump ha estado marcada por el escándalo, con cada episodio más bochornoso que el anterior.
El escandaloso affaire con Marla Maples
Aún casado con Ivana Trump, su primera esposa, el magnate sostuvo una relación pública con la actriz Marla Maples, que traspasó lo íntimo para convertirse en un espectáculo nacional. El momento más sórdido llegó en 1990, durante unas vacaciones familiares en Aspen, donde Trump, con una desfachatez pasmosa, se las ingenió para invitar a su amante.
La posterior declaración de Maples —»La mejor experiencia sexual de mi vida»— ocupó la portada del New York Post, eclipsando incluso noticias de la talla de la liberación de Nelson Mandela. El divorcio, formalizado en 1992, desató una batalla legal por indemnizaciones y la custodia de sus tres primeros hijos, estableciendo un patrón que se repetiría en su vida personal.
Acusaciones de conducta inapropiada
Durante su campaña en 2016, varias mujeres —incluida Ivana en su libro For Love Alone (retirado en 1993)— lo señalaron por comportamientos indecorosos. Ivana posteriormente suavizó sus afirmaciones, calificándolas de «simples metáforas».
Relaciones con su descendencia: tensiones y distanciamientos
Tiffany, hija de Marla Maples, ha mantenido una relación distante. En 2022, criticó sutilmente a su familia por no respaldar su carrera musical y su vida en California.
Mary Trump, su sobrina psicóloga, se erigió como una de sus críticas más incisivas. En 2020, filtró documentos fiscales al New York Times, revelando presuntos fraudes tributarios en el seno familiar.
La relación entre Melania e Ivanka era tan tensa que la primera evitaba aparecer junto a ella en actos públicos.
Barron, su hijo menor, fue involuntariamente centro de polémicas. Durante la primera presidencia de su padre, prefirió residir en la Trump Tower en lugar de la Casa Blanca, generando unos gastos de seguridad adicionales de 140.000 dólares diarios, sufragados por los contribuyentes. Además, en 2024, Trump utilizó a Barron, entonces aún menor de edad, en campañas políticas, desatando críticas por explotación familiar.
Un delincuente en la Casa Blanca
Donald Trump no es un político cualquiera. Es el rey del escándalo, un magnate sin escrúpulos acostumbrado a ignorar las reglas y, ahora, oficialmente, un delincuente convicto. Se ha convertido en el primer presidente de EE.UU. declarado culpable de delitos graves… Pero eso no ha cambiado nada en su carrera presidencial: sigue sonriente, como si las condenas no fueran con él.
El pago a Stormy Daniels: falsificación electoral descarada
No fue un simple error contable. Fue un plan calculado: pagó 130.000 dólares a una actriz para silenciar un affaire que podía hundirlo y luego falsificó sus registros para ocultar el chantaje. Su exabogado, Michael Cohen, acabó en prisión por el mismo caso, pero Trump —como siempre— logró retrasar su condena hasta aprovechar la inmunidad. Cuando finalmente llegó el veredicto, él ya estaba otra vez en campaña. Y ahora, a pesar de su sentencia, ha vuelto a la presidencia de la mayor potencia mundial.
Georgia: el audaz intento de robar unas elecciones
«Encuéntrenme 11.780 votos». Esa frase, pronunciada en una llamada al secretario de Estado de Georgia, resume su desprecio por la democracia. No fue un comentario casual: Trump y 18 cómplices (incluidos abogados y funcionarios) orquestaron un plan para anular los resultados de 2020. El caso sigue abierto, pero la lentitud de la justicia le ha allanado el camino de vuelta a la Casa Blanca.
Los documentos nucleares de Mar-a-Lago
No eran simples papeles. Entre los cientos de documentos clasificados que ocultó en su club de Florida había secretos de defensa e información nuclear. Los trató con la misma irresponsabilidad que un adolescente escondiendo revistas bajo la cama: apilados en baños, almacenes e incluso en un salón de baile. Cuando el FBI le exigió que los devolviera, los escondió, mintió y ordenó a sus empleados destruir pruebas. El caso sigue pendiente, pero es quizás el más grave de todos.
La insurrección del 6 de enero
Sus discursos no fueron «protestas pacíficas». Durante horas, incitó a una turba enfurecida con mentiras sobre un fraude electoral. Luego observó en televisión cómo asaltaban el Capitolio… y no hizo nada para detenerlos. Hoy, los cargos por conspiración podrían llevarlo a prisión, pero el juicio está paralizado. ¿La razón? Sus abogados alegan que un presidente tiene «inmunidad absoluta». Es decir, según Trump, podría asesinar a todo un colegio y seguir siendo intocable.
Conclusión: ¿Puede la justicia contra Trump?
Sus seguidores insisten en que es «persecución política», pero los hechos son claros: ha sido condenado, se enfrenta cuatro casos más y, para cualquier persona normal, esto significaría el fin de su carrera. Pero Trump juega con sus propias reglas: convierte cada acusación en propaganda y cada juicio en un espectáculo victimista.
Lo más preocupante no es que sea un delincuente. Es que, siéndolo, medio país lo ha respaldado y le ha devuelto el poder.
Presidente de los Estados Unidos
Ningún presidente en la historia moderna de Estados Unidos ha dejado una huella tan profunda —y polarizadora— como Donald J. Trump. Su llegada al poder en 2017 marcó el inicio de una era política que quebró todos los moldes, y su inesperado regreso en 2025 ha demostrado que, condenas o no, el fenómeno Trump sigue definiendo el curso de la política estadounidense.
Cuando Trump juró el cargo por primera vez, muchos esperaban que la solemnidad de la presidencia templaría su estilo confrontativo. No fue así. Desde el primer momento, el magnate neoyorquino gobernó tal como había hecho campaña: con tuits incendiarios, ataques a los medios y una lealtad inquebrantable hacia su base. La economía floreció durante sus primeros años, con cifras récord de empleo que él se apresuraba a celebrar en mítines multitudinarios. Pero tras ese espejismo de prosperidad, las tensiones sociales se profundizaban como grietas en un edificio mal cimentado.
Su obsesión por el muro fronterizo con México llegó a simbolizar, como nada lo había hecho antes, la esencia de su presidencia: una promesa grandilocuente, incumplida en su mayor parte, pero lo suficientemente poderosa para movilizar a millones. Mientras sus seguidores coreaban «¡Construyan el muro!», sus críticos denunciaban políticas migratorias despiadadas, como la separación de familias en la frontera. En el escenario global, Trump desmanteló metódicamente el legado de Obama: retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París, abandonó el pacto nuclear con Irán y transformó la diplomacia estadounidense en un teatro de bravatas y gestos impredecibles. Era un fanfarrón en la Casa Blanca, pero uno con el poder suficiente para alterar el equilibrio global.
El año 2020 lo cambió todo. La pandemia lo sorprendió —o, más bien, lo encontró— más preocupado por los índices bursátiles que por la salud pública, improvisando conferencias en las que mezclaba datos falsos con promesas huecas. Cuando perdió las elecciones, Trump se negó a aceptar la derrota; para él, perder no era una posibilidad, solo un fraude. Sus mentiras sobre un robo electoral culminaron en el caos del 6 de enero, cuando una turba enfurecida asaltó el Capitolio. Muchos creyeron que aquel día marcaba el final de su carrera política. Se equivocaban.
Su segunda presidencia, iniciada en 2025, resulta incluso más extraordinaria que la primera. Llegó al poder como un convicto —el primer presidente con una sentencia penal—, pero también como un vengador que promete «liquidar» a sus enemigos. Sus primeros meses han sido una mezcla de represalias políticas y movimientos audaces en el ámbito internacional, como su mediación en el conflicto de Gaza. Mientras sus abogados esgrimen la teoría de la «inmunidad absoluta» presidencial, Trump gobierna como si las instituciones fueran meros obstáculos en su camino.
Hoy, Estados Unidos vive una paradoja sin precedentes: el hombre que ocupa la Oficina Oval es, al mismo tiempo, un líder idolatrado por millones y un delincuente reconocido por los tribunales. Su legado ya está escrito: ha demostrado que, en la política moderna, las normas pueden quebrarse, que los escándalos no siempre conllevan castigo y que, para bien o para mal, el trumpismo sobrevivirá a Trump. La verdadera incógnita es qué tipo de democracia sobrevivirá al trumpismo.
Donald Trump: el magnate que destrozó la política
Más que un político, Trump es un terremoto en traje: magnate vulgar, convicto triunfante, showman que convirtió el poder en espectáculo cruel. Ha reducido instituciones claves a escombros, ha envenedado el discurso público y ha demostrado que la verdad es opcional cuando se domina el arte del escándalo. Su legado no es ideológico, sino táctico: un manual para gobernar mediante el caos calculado. La democracia estadounidense, herida pero viva, sigue aprendiendo a respirar bajo el peso de su sombra.