Morir por el selfie

La hazaña más osada del mundo mundial. Con el ineludible objetivo de ser el más original y osado del mundo mundial, de conseguir esa foto imposible, irrepetible, esa que nadie se atreverá a plagiar, la que colapsará nuestro muro con miles de “me gusta”, “me encanta” y “me derrito por tus huesitos”… hay quienes están dispuestos a dejarse la vida en el intento. Y, lamentablemente, algunos lo consiguen.

Los “me gusta”, hoy en día, tienen más valor que la propia vida. 

Más de 30 muertes al año

Efectivamente, cada año mueren alrededor de una treintena de incautos intentando capturar el selfie soñado. Si la foto sale bien, se convierte en una imagen memorable… y póstuma. Es la última del carrete. Y si no sale, se ha canjeado la propia vida en vano, en un intento inconsciente por deslumbrar a un mundo que acaban de abandonar. Ya no se podrá volver a disfrutar del palito. Lo que comenzó con risas incontenibles y contagiosas, termina en un llanto desconsolado de amigos y familiares.

Caídas, atropellos, animales y rayos 

Para demostrarle al mundo su osadía, muchos se toman fotos al borde de un acantilado, en medio de las vías del tren, perseguidos por un toro o con un oso gigante al acecho. Y, claro, con la mente concentrada en el encuadre y en el momento perfecto, el placer del instante se transforma en gloria divina, y se pierde por completo la noción del tiempo, del espacio y de la situación.

Morir atropellado en pleno selfie es una manera demasiado tonta e inútil de morir. Al menudo, el objetivo acaba por no conseguirse.

Un paso atrás puede ser mortal. Quedarse quieto, también. En un segundo, los cuernos del toro entran por la espalda y salen por delante atravesando el pulmón. En otro segundo letal, el tren pasa por encima. Algunos incluso han usado el palo de selfie como un eficaz pararrayos, yéndose al otro barrio llenos de energía… literalmente.

No se habla de los heridos 

Normalmente, solo se habla de las muertes, como en los accidentes de tráfico. Pero lo cierto es que hay muchos fotógrafos de fin de semana que terminan en el hospital por las razones más absurdas. Un caso curioso es el de cinco personas que se estaban haciendo un selfie en un balcón del tercer piso en Sitges: la barandilla cedió, y la fiesta terminó en la acera. Aunque el grupo más numeroso de imprudentes lo forman aquellos que se toman selfies de espaldas a un toro, por ejemplo, o posando frente a un oso en el zoo.

Un selfie en las alturas. Un pequeño resbalón suele ser el último que se haga. 

Normas protectoras 

Debido al cortocircuito cerebral que algunos sufren de vez en cuando, se han ido prohibiendo los selfies en lugares donde pueden resultar peligrosos. Por ejemplo, en la fiesta de San Fermín ya no se permite sacar el palito mientras los toros corren furiosos por las calles. Tampoco en algunos zoológicos, donde algún oso ha posado… devorando al fotógrafo. Ni siquiera en el Tour de Francia, para evitar las numerosas caídas de los ciclistas provocadas por los más “iluminados”.

La obsesión por los “me gusta” y por los “seguidores” nubla la razón. 

La pérdida de la noción del tiempo y del espacio mata

Seamos todos un poco más sensatos, porque el cementerio está lleno de valientes, de listillos y de quienes alardeaban de su falsa superioridad. Cuando estamos pendientes de cómo quedará la foto, no nos damos cuenta de que un coche se nos acerca a toda velocidad. Y si apenas somos capaces de correr más rápido que un toro, sacar una cámara colgada de un palo y enfocar la escena puede costarnos los años que nos quedaban por vivir.

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